La cobardía no es simplemente el miedo a actuar, sino la decisión de no enfrentar la verdad, temor o falta de carácter. A menudo, se esconde bajo máscaras como la indiferencia, la evasión o incluso la cortesía forzada. Sin embargo, esta actitud aparentemente pasiva tiene un costo muy alto: daña relaciones, crea malentendidos, perpetúa injusticias y puede ser el inicio de grandes conflictos.
Decir la verdad con respeto o actuar con firmeza frente a una situación injusta es difícil, pero es mucho más constructivo que callar por miedo. El silencio del cobarde puede ser más destructivo que las palabras duras de quien habla desde la verdad. Como dice Proverbios 27:5: “Mejor es reprensión manifiesta que amor oculto”. El amor verdadero no se esconde, y quien calla cuando debe hablar deja crecer la duda, la frustración y hasta el rencor.
En la película El efecto mariposa, se presenta una premisa poderosa: cualquier acción, por más pequeña que parezca, tiene consecuencias en cadena. Si alguien opta por la cobardía —por ejemplo, no defender a un amigo, no pedir perdón, no confesar un error—, esa omisión puede desencadenar sufrimiento en otras personas, años de dolor o incluso catástrofes personales. Lo mismo ocurre en la vida real: cuando una persona evita enfrentar la verdad, el universo no se queda en silencio. Al contrario, reacciona.
La cobardía, entonces, no es neutral. Es una fuerza que, al no frenar el mal, lo permite. El Proverbios 24:11-12 nos dice: “Libra a los que son llevados a la muerte; salva a los que están en peligro de muerte. Porque si dices: Ciertamente no lo supimos, ¿acaso no lo entenderá el que pesa los corazones?” La Biblia nos recuerda que no hacer nada, cuando sabemos que debemos hacer algo, también es pecado.
Pero también hay una forma encubierta de cobardía: aquella que se disfraza de fuerza. Hay quienes, en vez de enfrentar su propio temor, insultan a otros o murmuran a sus espaldas, creyendo que el desprecio verbal los exime de mirar hacia adentro. Se escudan en el ataque para no mostrar su vulnerabilidad, señalando al otro como débil mientras ellos mismos rehúyen a la empatía o a la acción real. Este comportamiento no es valentía, sino otra cara del miedo. Como advierte Proverbios 15:1: “La blanda respuesta quita la ira; mas la palabra áspera hace subir el furor.” El insulto jamás es una herramienta del sabio, sino del inseguro que no ha aprendido a gobernarse.
Y es que todo acto —incluso uno tan “pequeño” como quedarse callado o mirar a otro lado— vibra en el tejido del universo. Una palabra de aliento puede salvar una vida; una omisión por miedo puede destruirla. Si el acto nace del amor y la valentía, atraerá frutos positivos. Si proviene del temor, probablemente llamará a lo negativo, como lo explica también Proverbios 28:1: “Huye el impío sin que nadie lo persiga; mas el justo está confiado como un león.”
La cobardía no solo afecta a otros. Se convierte en un veneno interno que corroe la autoestima, la integridad y la paz. El alma sabe cuándo ha fallado. El corazón carga con cada oportunidad desperdiciada, con cada verdad silenciada.
Frente a eso, el llamado es a la valentía. No a una valentía violenta o insensata, sino a la valentía de ser auténtico, de actuar desde el amor y la verdad. Como bien dice el apóstol Pablo en 2 Timoteo 1:7: “Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio.”
En conclusión, la cobardía no es una simple debilidad; es una elección que tiene consecuencias. En un universo donde cada acto tiene eco, el silencio por miedo puede ser tan ruidoso como el grito de una injusticia. Elegir la verdad y la acción responsable es sembrar luz en un mundo que ya tiene suficiente oscuridad
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