La promesa de que el trabajo duro garantiza estabilidad y dignidad se está desmoronando ante nuestros ojos. Y con esa caída, también vemos cómo la sociedad entera comienza a declinar.
Hace unos años, las personas confiaban en que un empleo estable podía darles una vida decente. Hoy, incluso en países considerados "desarrollados", millones quedan relegados: rechazados por departamentos de recursos humanos que buscan candidatos imposibles, desplazados por tecnologías, o simplemente ignorados en un mercado laboral saturado y desigual.
La presión económica no solo afecta el bolsillo: ataca directamente la autoestima, la dignidad, y la fe en un futuro mejor.
Muchos, ante la desesperación, buscan salidas rápidas. Vemos cómo el negocio del contenido explícito se convierte en una opción cada vez más común. No porque esas personas hayan soñado con eso, sino porque el sistema les ha cerrado tantas puertas que lo ven como uno de los pocos caminos inmediatos para sobrevivir.
Y mientras unos pocos enriquecen con este modelo, millones entregan su intimidad, su tiempo y su energía, en una dinámica que muchas veces termina consumiendo su esencia.
La sociedad sufre. Las familias se fragmentan. Los jóvenes crecen creyendo que su valor está en lo que exhiben y no en lo que son.
El amor se reemplaza por transacciones, las amistades por conveniencia, y la belleza natural de las relaciones humanas se ve cada vez más empañada por la lógica del mercado.
No es casualidad. La concentración del dinero y el poder en pocas manos, el abandono de los principios humanos básicos, y la obsesión por el beneficio inmediato, han dejado una herida profunda en nuestra civilización.
Una herida que no solo destruye economías, sino también almas.
Sin embargo, no todo está perdido. Todavía hay quienes sueñan con algo diferente: un mundo donde la compasión, la empatía y la dignidad humana valgan más que el dinero.
Un mundo donde no tengamos que vender nuestro cuerpo o nuestra esencia para simplemente existir.
La resistencia empieza cuando nos negamos a aceptar esta decadencia como "normal".
Cuando decidimos ver a los demás no como mercancías, sino como hermanos en un viaje común.
Cuando apostamos por crear espacios de apoyo, conciencia y amor verdadero.
Quizás el sistema no cambie de un día para otro.
Pero mientras existan corazones que aún crean en la dignidad humana, no todo estará perdido.
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