En las sociedades donde la abundancia es escasa o está mal distribuida, el control social tiende a intensificarse. Esta es una paradoja profunda: cuanto más limitados están los recursos o cuanto más desigual es su reparto, más dependientes se vuelven las personas de estructuras jerárquicas, regulaciones y sistemas externos que marcan el paso y controlan las decisiones cotidianas. Esta dependencia alimenta una vigilancia permanente sobre cómo se accede, se intercambia o se consume lo necesario para vivir. Es decir, el control se fortalece en contextos donde la abundancia no es compartida.
Frente a esta lógica de concentración, hay una propuesta que está al alcance de la mayoría y que rompe con la dependencia: la descentralización de los recursos, comenzando por lo más básico y vital —la comida. La autosuficiencia desde el hogar, incluso en pequeña escala, puede ser una forma real y tangible de recuperar libertad. Y esa autosuficiencia comienza, literalmente, con una semilla.
Una semilla de mango, por ejemplo, puede convertirse en un árbol que alimente a una familia durante décadas. Una sola semilla encierra la promesa de cientos de frutos. Si varias familias cultivan diferentes especies, se puede generar abundancia local, resiliencia alimentaria e incluso redes de intercambio comunitario que no dependen del sistema económico central. En cambio, cuando todo proviene del mercado, se necesita dinero, transporte, permisos, acceso a tiendas o plataformas digitales, y eso multiplica los niveles de control y dependencia.
Este modelo alternativo no es una utopía, sino una práctica que ha existido desde siempre y que, en el mundo moderno, hemos olvidado. La autosuficiencia no es aislamiento: es tener lo necesario para no vivir a merced de decisiones lejanas.
Pensadores de distintos tiempos han reflexionado en esta línea. Henry Kissinger advirtió alguna vez: "Quien controla el alimento, controla a la gente." No importa si se trataba de un aviso o una amenaza: lo cierto es que señala una verdad estructural. Un antiguo proverbio chino nos recuerda: "Dale a un hombre un pescado y comerá un día. Enséñale a pescar, y comerá toda la vida." Esa misma lógica se aplica al acto de sembrar: una vez que alguien aprende a cultivar, deja de depender completamente del sistema.
La moneda es útil como medio de intercambio, pero cuando su circulación es injusta o está mal distribuida, la economía falla. Esto ocurre tanto en sistemas comunistas como en sus contrapartes capitalistas. Por eso, la reflexión comienza desde el hogar y desde el suelo. Una semilla tarda en crecer, a veces años, pero luego alimenta durante décadas. Y si hay varias, hay abundancia.
En resumen, la paradoja es clara: cuando los recursos están mal repartidos, se impone más control. Cuando se descentraliza la abundancia, crece la libertad. Y todo empieza con algo tan pequeño como una semilla.
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