En el vasto universo espiritual, no todos los seres humanos se encuentran en el mismo punto del camino. Algunos poseen un alma más desarrollada, más despierta, más afinada con las leyes sutiles del cosmos. Esta diferencia —aunque no siempre visible a simple vista— se hace evidente en la capacidad de ciertas personas para manifestar realidades, no solo materiales, sino también energéticas, proféticas y astrales.
El alma desarrollada y la manifestación sutil
Manifestar no es simplemente atraer bienes o logros externos. Quien tiene un alma evolucionada puede influir sobre campos invisibles: activar cambios en las esferas astrales, recibir mensajes proféticos, conectarse telepáticamente con otras almas, percibir la verdad detrás de las apariencias, e incluso alterar realidades con solo su presencia o palabra.
Esto ocurre porque su organismo físico, mental, emocional y espiritual está más alineado. Se convierte en una antena pura, un canal limpio por donde fluye la energía divina sin distorsión. Así, sus pensamientos y palabras tienen más peso, su intuición es más aguda y su conexión con planos superiores se fortalece.
Sin embargo, cuando una persona con estas capacidades no entiende su don o no lo ha cultivado correctamente, puede vivirlo como confusión, ansiedad o incluso mala salud. No es raro que las almas avanzadas pasen por periodos de crisis, aislamiento o sufrimiento antes de comprender quiénes son y para qué vinieron. La energía que llevan dentro es inmensa, y si no es dirigida correctamente, puede desbordarlos.
El equipo espiritual: más allá del plano físico
Todo ser humano nace con un equipo espiritual. Entre sus miembros se encuentra el ángel de la guarda, que acompaña desde el nacimiento, así como guías espirituales que se relacionan con su día de nacimiento, su misión de vida y su linaje de alma. En el caso de las almas avanzadas, este equipo es particularmente activo, y está constantemente entregando señales, protecciones y empujones invisibles hacia el despertar.
Este equipo también determina el grado de autoridad espiritual que una persona tiene en los planos sutiles. Algunas almas tienen la capacidad de gobernar energías, deshacer hechizos, liberar espacios, sanar otros cuerpos, o sembrar pensamientos de alta vibración en masas de personas, incluso sin hablar. Esto no es algo que uno escoge por vanidad o ego; muchas veces se trata de un encargo cósmico, una tarea entregada por designio superior.
El Espíritu Santo: el gran manifestador
Cuando el Espíritu Santo acompaña a un alma —no solo como figura simbólica, sino como fuerza activa en su vida diaria—, el poder de manifestación se eleva exponencialmente. El Espíritu Santo es el manifestador por excelencia, porque es la voluntad divina en acción, la energía que convierte el Verbo en materia, que lleva la intención del alma a la concreción.
Por eso, desde tiempos antiguos, quienes conocen el camino espiritual enseñan a cultivar primero el espíritu y luego el cuerpo. No es que el cuerpo sea menos importante, sino que es el recipiente. Sin un espíritu fuerte, el cuerpo se desgasta en búsquedas superficiales. Pero cuando el espíritu está nutrido, claro y alineado con la voluntad divina, todo lo demás se ordena a su alrededor: la salud, la abundancia, las relaciones y las oportunidades correctas.
Este principio está presente en las enseñanzas de grandes maestros: "Buscad primero el Reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se os dará por añadidura" (Mateo 6:33). Ese "Reino" no es un lugar lejano, sino el estado interior de conexión con el Espíritu Santo.
Este camino no es para todos, al menos no en esta vida. Hay almas que todavía están comenzando su recorrido, otras que vinieron a experimentar planos más densos, y algunas que ya cargan con milenios de evolución interna. A estas últimas —sin que lo pidan, sin saberlo al principio— se les da una misión especial y una sensibilidad única. Son las que sienten más profundo, aman más universalmente y también sufren más intensamente.
Pero cuando estas almas se hacen conscientes de su rol, de su poder y de su conexión con lo divino, se transforman en maestros del alma y co-creadores de realidad. Pueden mover montañas no con las manos, sino con la fe, la palabra y la energía. Cambian destinos, limpian linajes, abren caminos para otros. Y lo hacen con humildad, porque saben que no son ellos, sino el Espíritu Santo obrando a través suyo.
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