miércoles, 25 de septiembre de 2024

Un amor que el tiempo enterró

 Era el primer día de universidad. Javier se sentó en el último banco del salón, tratando de pasar desapercibido. Su vida había sido un constante vaivén de problemas, pero la educación siempre fue su escape, la promesa de un futuro mejor que lo mantenía en pie. Fue entonces cuando la vio por primera vez. Laura entró al aula con una sonrisa radiante, como si el mundo no le pesara en los hombros como a él. En ese momento, sin siquiera conocerla, supo que ella sería alguien importante en su vida.

Durante los primeros meses, Javier y Laura se fueron acercando lentamente, compartiendo apuntes y largas conversaciones en la cafetería de la universidad. Para Javier, esos momentos eran pequeños destellos de luz en una vida plagada de sombras. Laura lo hacía sentir como si, por un instante, sus problemas no existieran. Sin embargo, la realidad pronto lo alcanzaría.

El estrés de mantener dos trabajos para poder pagar la universidad y ayudar en casa, sumado a una salud siempre frágil, empezaron a cobrar factura. Javier comenzó a enfermar con frecuencia, y sus ausencias en clase se hicieron más notables. Laura intentaba apoyarlo, le escribía mensajes preocupados, pero Javier, atrapado en una espiral de desesperación, comenzó a distanciarse. No quería ser una carga para nadie, y menos para ella.

Un día, simplemente dejó de contestar. El peso de sus problemas, económicos y de salud, era demasiado. Se dio de baja de la universidad sin avisar a nadie, ni siquiera a Laura. A pesar del dolor que sentía, decidió que lo mejor era alejarse de todo, especialmente de ella. Sabía que nunca podría ofrecerle una vida digna, así que optó por olvidarla, o al menos intentarlo.

Los años pasaron. La vida de Javier siguió un camino duro. Trabajaba en lo que podía para sobrevivir, sin tiempo ni espacio para soñar con lo que pudo haber sido. El amor, como tantas otras cosas, era un lujo que no se podía permitir. Sin embargo, una tarde gris, mientras revisaba sus correos, encontró uno que lo dejó paralizado.

Era de Laura. Siete años habían pasado desde la última vez que la vio, pero en su mensaje, ella hablaba como si el tiempo no hubiera pasado. Le recordaba aquellos días en la universidad, las risas compartidas, y la promesa silenciosa de algo que nunca llegó a ser. Laura le confesaba que lo había buscado varias veces, pero nunca tuvo éxito hasta ahora. Le preguntaba si aún pensaba en ella, si aún había algo de ese joven soñador dentro de él.

Javier leyó el mensaje una y otra vez, pero por más que quería sentir la misma emoción que años atrás, algo dentro de él se había roto hace mucho tiempo. La dureza de la vida había apagado cualquier chispa de esperanza que pudiera quedar en su corazón. Había aprendido a vivir sin expectativas, sin ilusiones. El Javier que Laura recordaba ya no existía.

Respiró hondo y cerró el correo sin responder. Algunas cosas, pensó, simplemente están destinadas a quedar en el pasado.

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